Muro de Los Lamentos del Rey David - Vista Panoramica


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A BAILAR, A BAILAR, QUE LA ORQUESTA SE VA, DEL LIBRO MORIR ENTRE TUS BRAZOS

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A BAILAR, A BAILAR,
QUE LA ORQUESTA SE VA...

Una plegaria por Susy

 

 

Yo le tomé la mano, su suave mano pálida, y susurré:

-Vamos, aunque me digan que no me oyes, yo sé que me estás escu­chando. ¿Qué es eso de darse por vencida?Nosotras no nos entregamos, ¡somos de acero inoxidable!...

Y ella abrió los ojos, llenos de lágrimas, sus ojos que ya no tenían el color de sus ojos, y su mano apretó levemente la mía...

Fue un nudo atado para siempre. Y una despedida.

¿Estuvo esperándome?

¿O simplemente quería oír que alguien le dijera “no te creo, no te irás, esto no se ter­­­mina acá”?

No para nosotras, Susy, que empezamos a remar en la vida cuando aun nuestros brazos eran como ramitas incipientes.

No para nosotras, Susy, que en todo lo que hicimos pusimos tripas y corazón, se lla­mara trabajo, amor, abnegación.

Y, mirá qué casualidad, nos dedicamos a lo mismo, tuvimos oficios similares (porque esto es un oficio, no es una profesión) esca­lamos en el staff, sin envidia, sin trampas, sin mirar el reloj para ver la hora de irnos.

Quizás ahora nos calificarían como unas “taradas”, ¡pero nos reíamos, estábamos contentas con lo que hacíamos, nunca buscába­mos excusas: no puedo hacerlo, no tengo tiempo, no tengo ganas!

Cuando yo era jovencita y me invitaban a, salir, a veces me negaba, “¡Estoy cansadísima!”, y mi abuela me decía: “ponete colore­te, tomate una aspirina, y después de un ratito mirate al espejo...”

De verdad, las cosas cambiaban. El can­sancio desaparecía de la cara y una se lo sacu­día del resto del cuerpo.

 

A bailar

 

a bailar,

 

que la orquesta

 

se va...

 

 

Las orquestas siempre se están yendo.

Los vestidos de ir a bailar se volvieron de telaraña. O de ceniza.

Ay, Susy, ¿cuándo fue que el espejo dejó de reflejar una muchachita de tacos altísimos y ojos como relámpagos?

¿Cuándo aparecieron esas estrellas rotas en medio de la frente?

¿Cuándo dejamos “para después” el libro que estábamos leyendo...?

¿Cómo era la felicidad?

¿Todo parecía suficiente?

¿Uno no quería más de nada?

La felicidad: un cigarrillo con una marca de rouge en el filtro, un piano tocando ese tema de amor en una radio A.M., la bomba­cha hecha un ovillo a los pies de la cama; él respondiendo todas mis preguntas sin pensar que lo estaba “interrogando”...

Las películas más taquilleras eran las de “lujo y amor”.

No existían los monstruos...

Los monstruos llegaron después, sorpren­diéndonos.

Traían computadoras, desempleo, descon­fianza, lentes potentes y perversas que nos mostraban todos nuestros defectos, equipos que no reproducían sin “frituras de fondo” los discos de Tommy Dorsey y Gardel.

Vos querías ser Scarlet, romántica incura­ble.

Y yo quería ser Julieta, o Manon, o cual­quiera que se muriera por amor.

Íbamos hacia las cosas, no esperábamos por ellas.

¿Teníamos miedo alguna vez?

Ahora te lo confieso: nunca tuve miedo.

Pude quedarme totalmente sola en una quinta, en el campo; salir a caminar a las tres de la madrugada por la calle, sentarme en la arena frente al mar a pensar a las 12 de la noche.

¿A qué se le tiene miedo?: A lo que inven­tamos.

Y yo no invento cosas que me atemoricen. Mis ángeles custodios se pondrían

furio­sos.

No me atrevo a enojarlos.

Me gusta que su luz sea tenue, un resplan­dor rosa que lo rodea todo.

Me gusta su perfume de nardos en el aire... y ese roce de caricias sobre raso que hace el ruido de las plumas de sus alas...

Susy, yo no quería que tu mano se fuera, que tu mano se volviera adulta, que salieran del coma tus ojos llorosos para hacerme entender que lo tuyo fue una distracción, que no podías escaparte de ésa... pero confiabas en que yo siguiera siendo de acero inoxida­ble, que no claudicara, que fuera (en amada memoria) la valiente Scarlet y terminara la película de pie, luchando.

Amiga. Miamiga, todo junto. En este papel va envuelto un ramito de violetas, en este papel va escrita una promesa: no me van a vencer. Me voy a defender. Voy a creer en todo lo que creíamos. Regalaré sueños, pero no dejaré que me los roben.

Me pondré colorete en las mejillas, toma­ré una aspirina, y como antes, Susy, como siempre:

 

A bailar

 

a bailar

 

que la orquesta

 

se va...

 

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