Imágenes de mujeres: la quilombera
Imágenes de mujeres: la quilombera
Cuando cumple los nueve meses de edad, lo primero que dice la quilombera no es ni "mamá" ni "papá". Sus primeras palabras (antes que "tutú", antes de "babau") son “Tenemos que hacer algo” o “¡Hay que ir a hablar!”
De chica o de grande, no hay semana en que la quilombera no haga llamar al encargado de un negocio, quiera ir a hablar a una reunión de consorcio, vaya como representante de sus compañeros a quejarse a la junta directiva del colegio, envíe un mail para exigir un bocinazo, o llame al servicio al consumidor para hacer una denuncia.
Sin embargo, a pesar de que siempre quiere hablar con alguien, su misión tiene muy poco que ver con las palabras. Hablar le da lo mismo que cantar, gritar o revolear papeles. A ella lo que le gusta es "ir a hablar" que es una acción completamente distinta a una charla con otra persona.
Si sólo hay tizas blancas, por ejemplo, la quilombera quiere tomar la universidad. Si el consorcio quiere poner vidrios lisos en vez de esmerilados, quiere armar una asamblea y derrocar al administrador. Si en el trabajo van a cambiar de marca de papel, quiere hacer un piquete a la salida. Nunca acepta una propuesta, o emplea una vía diplomática de negociación. Su respuesta es siempre “no”. Todo es una violación a los derechos, una vergüenza, una maniobra ilegal.
En la secundaria, la quilombera es delegada de su curso. Organiza el viaje de egresados y se amotina en el hotel de Bariloche cuando comen milanesa dos noches seguidas. En la universidad es miembro del centro de estudiantes y militante de alguna agrupación. Es la que nunca está conforme con ningún rector, la que no deja votar a nadie, la que escracha a todos los profesores que la reprueban e interrumpe las clases ajenas para hacerle un homenaje al Che Guevara.
Pero más allá de su pasión minuciosa y dedicada, la quilombera no persigue ningún fin concreto. Milita por militar, por el placer de oponerse. Mientras sus camaradas intentan definir los objetivos de su lucha, a ella le gusta reunirse en asambleas pajeras de cuatro noches para discutir si la bandera debería decir "camaradas" o "compañeros, si van a arrancar la manifestación desde Plaza de Mayo o desde el ministerio o si conviene imprimir panfletos doble faz para ahorrar papel.
La quilombera va a todas las marchas. Incluso si las consignas se contradicen entre sí. Va con Blumberg a pedir mano dura y con un grupo de taxistas a exigir la condena de policías represores. Cualquier problema que ande dando vueltas por ahí le sirve para canalizar su infinita sed de jaleo. Si tiene suerte y va la televisión, puede gritar en el micrófono de un movilero las palabras “injusticia” y "compañeros golpeados" un par de veces. Y si además le pegan un codazo de casualidad, siente el éxtasis divino de haber sido reprimida por luchar por sus ideales.
Así como para un músico tocar una buena guitarra es un sueño, para ella, agarrar un bombo o una pancarta, es un pedazo de cielo. La consigna que escriban sobre la tela es lo de menos, lo importante es golpear el tambor bien fuerte y revolear muchos papelitos.
Cuando es madre, la quilombera defiende a sus hijos con negación vehemente. Mientras que el resto de los padres detesta las reuniones escolares, ella las espera ansiosa porque piensa promover la crucifixión de una maestra o exigir la renuncia del director. La palabra "comité" o "junta" le causa orgasmos múltiples. De sólo pensar en reunirse para armar un petitorio, se hace pis encima de la alegría. Ni siquiera le interesa investigar a fondo la cuestión. Lo importante es agarrárselas con alguien y pasar años alterada por el asunto.
En todas sus actividades, la quilombera desborda con sus problemas a los demás, como una bañadera llena de agua que rebalsa y que moja el piso. Si ella es la encargada de tipear un trabajo en grupo para la facultad, el día de la entrega aparece llorando, pide un abrazo y dice que su cuñada tiene cáncer, para hacer sentir a cualquiera que le pregunte por la monografía una mierda insensible y egoísta.
Si, además, alguien quiere razonar con ella, en seguida apela a la emocionalidad y contraataca con un montón de argumentos irracionales y lágrimas de cocodrilo. Si ella no llevó el trabajo y aplazan a su grupo, no importa, porque hay gente que se caga de hambre. Si ella se olvida de entregar un sobre ajeno en un concurso, no importa porque total todo está podrido y corrupto. Si alguien tiene una opinión distinta a ella es siempre lo mismo: un fascista.
Por otro lado, tener esa veta quilombera tampoco es nada fácil. Muchas veces, sabiendo que le conviene callarse, no puede parar. Termina arruinándose la carrera por su necesidad permanente de pelotera. Su castigo es siempre el mismo: muchas veces, todos los que dijeron estar de acuerdo, dan un paso hacia atrás apenas ella golpea la puerta del director y dice que hay un problema del que tienen que hablar.