El niño y el poeta
El niño y el poeta
Desprendíase el paisaje como un bosquejo dorado.
Su olor a mañana transpiraba begonias
y un sutil aire ventilaba de azules el lejano horizonte.
En la plaza, el marmolino kiosco tocaba unas ramas
seduciendo a los jardines de nutridos colores.
Entonces un niño acercóse a un hombre en una banca sentado,
y le dijo:
- Usted debe ser el Señor Poeta.
¿Me podría dibujar una estrella para mirarla?.
- Por supuesto. Le respondió.
Y extrajo de su alforja unas notas con unos versos.
Los leyó y la estrella en el firmamento se plasmó.
- ¿Podría poner ahora un nogal donde canten las aves?.
Y el Poeta, de su bolsa, nuevamente sacó otras notas.
Las leyó apasionadamente y el árbol en una orilla de la plaza
apareció.
- Pero, espera. Le dijo el Poeta.
¿A ti te gusta cantar?.
- Si. Respondió el niño.
- ¿Prefieres un canario, un cenzontle, o un mirlo de cola roja,
o un guacamayo amarillo, o el plumaje abierto de un ave del Paraíso?
- Me encantaría el ruiseñor.
- Perfecto. Te daré una sorpresa. Y volvió a leer más versos el
poeta.
Entonces se empezaron a escuchar los trinos en la rama más alta.
Después de un rato, ya cansados de gorjear,
los dos abrieron sus alas y emprendieron el vuelo.
Su olor a mañana transpiraba begonias
y un sutil aire ventilaba de azules el lejano horizonte.
En la plaza, el marmolino kiosco tocaba unas ramas
seduciendo a los jardines de nutridos colores.
Entonces un niño acercóse a un hombre en una banca sentado,
y le dijo:
- Usted debe ser el Señor Poeta.
¿Me podría dibujar una estrella para mirarla?.
- Por supuesto. Le respondió.
Y extrajo de su alforja unas notas con unos versos.
Los leyó y la estrella en el firmamento se plasmó.
- ¿Podría poner ahora un nogal donde canten las aves?.
Y el Poeta, de su bolsa, nuevamente sacó otras notas.
Las leyó apasionadamente y el árbol en una orilla de la plaza
apareció.
- Pero, espera. Le dijo el Poeta.
¿A ti te gusta cantar?.
- Si. Respondió el niño.
- ¿Prefieres un canario, un cenzontle, o un mirlo de cola roja,
o un guacamayo amarillo, o el plumaje abierto de un ave del Paraíso?
- Me encantaría el ruiseñor.
- Perfecto. Te daré una sorpresa. Y volvió a leer más versos el
poeta.
Entonces se empezaron a escuchar los trinos en la rama más alta.
Después de un rato, ya cansados de gorjear,
los dos abrieron sus alas y emprendieron el vuelo.
Salvador Pliego