Las Palabras                  

Sin ellas no existe nada, la palabra es un pensamiento trasformado en algo tangible, como un sonido, un signo; o puede ser tal vez, solo un simple gesto; mostramos o escondemos lo que sentimos; es la llave del cofre de nuestro cuerpo y de nuestra alma; si conseguimos la combinación exacta, obtendremos lo que deseamos expresar.

Decimos vulgarmente que la lengua es la herramienta más dura y filosa que puede existir; pero creo yo, que puede ser el instrumento más suave y maleable que existe; todo depende en las manos de que cirujano están depositadas y con que intenciones son usadas.

Las palabras pueden pintar un cuadro y describir su belleza, o mostrarte la peor parte de la humanidad; elevar una idea hasta el infinito, aunque también hundirte en la opacidad de un profundo abismo; gracias a ellas, podemos recordar una fragancia, un sabor o un sentimiento; ellas nos pueden poner tristes, emotivos, alegres o hacernos sonreír; si las dices de tal manera, serán caricias, pero otras tantas son asesinas; con ellas, podemos curar a un enfermo y darle aliento al desesperado; podremos sembrar flores rosas en un jardín o hacer brotar en dos segundos, miles de pimpollos de color carmín, sobre la piel de las personas.

Ellas no son las culpables de lo que pasa, simplemente ellas hacen lo que nosotros como entes vivos, las obligamos a realizar; los puntos suspensivos y los silencios también nos están hablando; muchas veces si callas otorgas, pero otras tantas defenestras; una palabra usada con toda  nuestra maldad, puede ocasionar una tragedia o caer como un misil en el cuerpo de alguien; pero también una sola palabra podría traer las paz en el preciso momento de tensión; por ejemplo: perdóname.

Arrepentirse a tiempo es poder expresarlo y todo depende de nuestros sentimientos, la sinceridad y la valentía para poder asumir los propios errores; por ello les recomiendo con toda urgencia; piensen bien antes de usar vocablo alguno y por las veces que estuve equivocado, los lastimé o dije lo que no debía… les pido ¡Perdón!

De Raúl Sergio Schtudiner