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El nido de cigüeñas - Mariluz

La tarde de los jueves la teníamos reservada para ir a casa de Antonio para que nos contase uno de sus cuentos. No había tarde que no lo hiciéramos.



Los cuentos de Antonio, siempre sencillos, nos gustaban mucho.


Los cuentos de Antonio, siempre sencillos, nos gustaban mucho. Eran, recuerdo ahora no sin cierta nostalgia, cuentecillos, normalmente cortos y siempre desnudos de ese artificioso ropaje de retórica que nos liaba la cabeza, como acostumbra a decir siempre Juanito, repitiendo de memoria una frase que había logrado aprender el año pasado, cuando estaba en primer curso de bachillerato.

Antonio había sido el carpintero del pueblo. Pero ya, por la edad, no ejercía el noble oficio de trabajar la madera. Antonio era abuelo de nuestro amigo Isidoro, pero, cariñosamente, no había niño ni persona adulta que no le llamase “abuelo?. Antonio era el abuelo de todo el pueblo.

Es de saber que todos los vecinos tenían al “abuelo Antonio? como persona de gran discreción y experiencia, y, por eso, lo que contaba, tanto a niños como a mayores, había que tenerlo siempre muy presente por lo que de enseñanza tenía.

Aquella fresca tarde verano, nos refirió un hecho que decía haber ocurrido en el pueblo hacía ya muchos años, tantos que ni él se acordaba ya. Ahora, al cabo de tantos años, voy a evocarlo para contároslo a vosotros:

—Marta, acompañada de una vecinita suya, fue al huerto a regar una madeja de lino que allí tenía tendida para que blanqueara.

Llegada la tarde, Marta, ya sola, volvió a recoger su madeja, pero la madeja había desaparecido. Preguntó a su madre si la había cogido, luego a su hermana mayor y también a su padre.

Ante la negativa de todos, Marta sospechó enseguida que su vecinita se la había robado, y, sin comprobarlo ni parase a meditarlo dos veces, así lo dijo a las gentes.

Desde entonces, todo el pueblo desdeñaba a esta pobre niña, nadie le dirigía la palabra y todos la señalaban como una ladronzuela.


Los albañiles que se había encargado del arreglo de la torre empezaron por echar al suelo el nido abandonado de una pareja de cigüeñas que todos los años anidaba allí.


Algunos meses después, el párroco decidió llevar a cabo unos arreglos en la torre de la iglesia. Las lluvia del invierno pasado habían causado algunos desperfectos y se hacía necesario restaurar las partes dañadas.

Los albañiles que se había encargado del arreglo de la torre empezaron por echar al suelo el nido abandonado de una pareja de cigüeñas que todos los años anidaba allí. ¡Oh sorpresa! Allí, entre los palos y la broza, estaba la madeja de lino que le había faltado a Inés.

Cuando supo lo que en realidad había ocurrido, arrepentida en los más profundo de su corazón, Marta corrió a casa de su vecinita, y, abrazándola fuertemente, le pidió perdón con lágrimas en los ojos.

Concluido el cuento, Antonio se pasó la mano por su amplia papada y entornó ligeramente los ojos como quien ha terminado una labor obligada y se dispone a un merecido descanso. Un intenso silencio se adueñó de todos nosotros. El cuento había sido breve, pero...

Tras unos segundos, se abrieron de nuevos los ojos de Antonio y, sin mediar palabra, barrió con una mirada el grupo de muchachos.

—Fijaos en esto— dijo Antonio, retomando de nuevo el protagonismo que parecía haber abandonado—. Si alguna vez os encontráis en una situación parecida, no os precipitéis y procurad primero cercioraros de lo que ha ocurrido realmente. Porque quien atribuye a alguien con certeza una falta grave sin motivo suficiente, está atentado contra uno de sus derechos más importantes, su fama, y difamar es una falta muy grave. La difamación atenta contra la buena opinión que se tiene de la vida y costumbres de una persona, y si, cuando derramamos un vaso de agua, jamás logramos recogerla toda por mucho que sea nuestro empeño, difamar a alguien puede ocasionarle daños morales que muchas veces son irreparables. Por eso, tened siempre esto muy en cuenta: Antes de juzgar mal de una persona, acordaos de la cigüeña que robó una madeja de lino.

_______________

*José Antonio Molero Benavides (Cuevas de San Marcos, Málaga) ha cursado los estudios de Magisterio y Filología Románica en la Universidad de Málaga, en donde ejerce en la actualidad como profesor de Lengua, Literatura y sus Didácticas. Desde hace ya casi cuatro años está al frente de la dirección de GIBRALFARO, revista digital patrocinada por el Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura de la Universidad de Málaga. Por iniciativa personal, ha creado el web EL AULA EN CASA, con el objetivo primordial de facilitar la tarea docente universitaria y fomentar la lectura y la creatividad literaria entre sus alumnos.



Comentarios

Adriana Escribió :

Es un placer ser tu amiga, Susana. Y estoy inmensamente agradecida por poderte nombrar bajo las mias.

Escrito en: Junio 28, 2005 08:09 AM

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