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Cristo nuestra esperanza

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Qué al menos una vez nuestra esperanza no sea engañosa, sino que nos sacie, y con algo bueno, que no pueda serlo más! ¿Qué es, pues, esa cosa tan esperada que, llegada ella, cesa la esperanza, porque le sucederá su realidad? ¿Qué es? ¿La tierra? No. ¿Algo que se origina en la tierra, como el oro, la plata, el árbol, la mies, el agua? Ninguna de estas cosas. ¿Algo que vuela en el aire? Lo rehúsa el alma. ¿Acaso el cielo, tan hermoso y tan adornado con sus luminares? ¿Qué hay más deleitoso y más hermoso entre las cosas visibles? Tampoco él es. ¿Qué es entonces? Todas estas cosas causan deleite, son hermosas, son buenas. Busca quién las hizo: Él es tu esperanza. Él es ahora tu esperanza y será luego tu posesión. La esperanza es propia de quien cree; la posesión de quien ve. Dile: Tú eres mi esperanza. Con razón dices ahora: Tú eres mi esperanza: crees en él, aún no lo ves; se te promete, pero aún no lo posees. Mientras estás en el cuerpo, eres peregrino lejos del Señor; estás de camino, aún no en la patria. El mismo que gobierna y creó la patria, se ha hecho camino para llevarte a él. Dile, pues, ahora: Tú eres mi esperanza. ¿Y luego qué? Mi lote en la tierra de los vivos (Sal 141,6). Quien ahora es tu esperanza, luego será tu lote. Sea él tu esperanza en la tierra de los muertos y será tu lote en la tierra de los vivos.

 

Sermón 313 San Agustín.

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