Muro de Los Lamentos del Rey David - Vista Panoramica


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Max - cuento fabula

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Max


-¿Dónde estuviste todo este tiempo amigo?

-De viaje...

-Me hiciste falta mientras no estabas.

-Sé como recompensar el vacío que sientes por mi partida.

-¿Me darás un beso?

-Aún mejor, algo que podrás tener siempre y sentirme cuando lo recuerdes de un modo más especial que una caricia.

-Ah, ¿no me vas a dar un beso?

- jaja, si claro...

(Muuuak)

-Te amo.

-Ven, siente entre mis piernas Samuel. Ahora te mostraré lo que más me gusto del viaje, no es una simple historia. Te sorprenderá...

-¡Oh que bonito es este perro!

-Si, es la foto de Max.

-Uhmmm, creo que lo que me quieres decir me gustara:

Max, fue acogido por un buen hombre que supo quererlo.

Siendo un cachorro, lloraba en la puerta, con aquel mal tiempo de frío, agua y soledad vagabunda, su amo se rendía a sus propias reglas abriéndosela, no podía verlo empapado en el umbral gimiendo. Cuando el hombre llegaba y a lo mejor no le saludaba, Max ladraba dos veces seguidas con alegría, con fuerza, para que de ésta forma le mirara y se olvidará de la tristeza que en aquel momento le estuviera invadiendo.

Creo que lo mejor para el perrito eran las navidades, se lo pasaban con toda la familia:

Le encantaba sentarse cerca del fuego, desde allí observaba la mantelería, la vajilla, el árbol... los regalos. Sabía que cuando se abrieran jugaría con los envoltorios, eso le volvía loco. Pero lo que mas le gustaba, y en eso sus ojos eran radiantes y redondos, eran las muestras de cordialidad afectiva. Aquello le hacía sentir enormemente feliz.

Con el paso del tiempo, Max se metía por las mantas de su querido amigo. Al principio él no lo entendió, luego se dejó intimidar por ese extraño sentimiento que le invadía por aquel ser. Era agradable sentirle de aquel modo, entre ellos se formó tal complicidad que cuando al cabo del día se veían y se miraban, sabían como se encontraban, y de ese modo, uno de ellos se acercaba reconfortándole con un abrazo o un pegajoso lametón.

En aquella casa las lunas y los soles pasaban iguales de monótonos, como lo hacía los cristales al crujir en las noches. Pero todo era distinto existiendo el uno para el otro. La vida cambia mucho cuando te importa alguien, y a ese alguien le importas tú.

Una tarde de trabajo, Max entreabrió la puerta trasera de la calle por la que solía entrar. Su amigo no había llegado aún. Eran las nueve... Subió las escaleras hasta la habitación, durmiéndose entre las sábanas que abrigaban con el olor suave de su compañero. Cuando se despertó a la mañana, saltó de un brinco y empezó a ladrar para despertar a su amigo.

Ladró. Ladró.

La cama estaba vacía.

Bajó las escaleras corriendo a la cocina. No estaba.

Recorrió la casa, salió afuera, recogió el periódico, volvió a entrar y dejó caer la prensa. Alcanzó con la boca las zapatillas del baño. Regresó a la cama y se tumbó...

Bajo las escaleras, miro de nuevo la cocina...

Ladró... Su sonido de angustia se hizo eco.

Al cabo de pocos días, apareció la hermana, la cual recogió unas cosas del cuarto y llamó a Max para que le acompañara a dar una vuelta.

Anduvieron unas calles de la avenida. Las cosas de su amigo: una cadena con la imagen de la Virgen y unos dados grandes y verdes de la suerte, fueron colocados sobre una piedra. Max no entendería que estaba escrito, pero si sentía la misma particularidad de su amigo, como la que se quedaba en una habitación aunque hicieran horas desde que se marchara.

-¡Vamos Max!- Lo llamó la mujer, pero no se movió. Se tumbó como en los días de navidad cerca de la piedra fría.

En las semanas siguientes los vecinos se le acercaban, lo miraban apenado y le daban comida. Al cabo de los años su historia se cuenta por medio Estado. Y ahora la gente va a Hichory, en California del Norte para verlo, para comprender que no solo las personas aman como Dios, si no que también cualquier ser tiene la capacidad para entender el mundo y la belleza que esconde el amar.

Cuando me acerqué al pequeño cementerio, Max me saludó moviendo el rabo, buscando cariño, luego, se acostó cerca del lecho de su amigo.

Miraba con esos ojos tan lindos, tan melancólicos, tan... buenos, fui hacia él y le abracé. ¡Ay! Sentí que dentro de sí él sentía que no estaba solo, que aunque su domesticador, su amigo, se hubiera ido, él tenía su amor, el afecto de la rutina, el cariño de las distancias cortas. Dentro de él vivía toda la esencia del otro.

Nada muere, Samuel, nada.

Un día, el callejero de las cosas bellas se irá y cuando se marche se beberá de golpe todas las estrellas. Se quedará dormido esa noche y no despertará. Nos dejará el espacio junto a la tumba, con el fiel recuerdo de la propia naturaleza, el verdadero sentido de todo. Él ha tendido un buen motivo para existir. Amor.


(El Soldadito de Plomo)

(Categoría; finalista)

III Certamen literario María Victoria Luque

"I.E.S Valle del Azahar"

(9 de junio, 2005)

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